Protegerse del dolor es algo muy humano. Las personas buscamos cosas que nos hagan sentir bien, lo que nos genere placer y satisfacción. También buscamos cubrir nuestras necesidades, y para ello vamos a utilizar los elementos que tengamos a nuestro alcance.
Cuando la vida nos pone a prueba y sentimos la necesidad de seguir adelante a pesar de los obstáculos que atravesamos, la mente y el cuerpo ponen en marcha un mecanismo preparado para protegernos del dolor: las defensas.
En este artículo hablaremos de los mecanismos de defensa más habituales y de la función que cumplen.
¿Qué son los mecanismos de defensa?
Los mecanismos de defensa han sido ampliamente estudiados por autores psicoanalistas y de otros enfoques terapéuticos. No es la intención de este artículo resumir todos estos estudios, ni utilizar palabras extrañas y explicaciones complejas.
En principio, asumimos que la expresión mecanismos de defensa habla por sí sola. Cuando la leemos, es fácil que aparezca en nuestra mente la imagen que mejor representa lo que para nosotros es una defensa. Pero vamos a recurrir al cine para poner un ejemplo que resulte familiar.
“¡No puedes pasar”!
¿Has visto la primera entrega de El Señor de los Anillos? Si no, cuidado porque viene un spoiler. En la película de La Comunidad del Anillo, la Compañía llega hasta las minas de Moria, una antigua ciudad excavada por enanos. Estas minas están resguardadas por varias defensas: en primer lugar, una puerta gigante que el grupo tiene que atravesar para entrar en las minas. Y esa puerta no se abre de cualquier manera, sino descifrando un acertijo que tiene inscrito en otra lengua. Después, resulta que la puerta está protegida por una criatura conocida como el Guardián del Agua.
Una puerta, un acertijo y un guardián.
¿Para qué tantas barreras para entrar en esas minas? ¿Es necesario poner tantos obstáculos para acceder a un lugar?
Lo es si lo que esconde ese lugar es algo valioso o peligroso. Es necesario, sobre todo, si queremos protegernos de lo que esconde.
Siguiendo con el ejemplo de la película, resulta que todas esas defensas tenían un sentido, y es que dentro de esas minas vivía un demonio conocido como Balrog. Una criatura oscura y peligrosa con la que, seguramente, nadie quiera toparse. Pero lo interesante de este monstruo (que bien podría parecerse a nuestros monstruos internos) es su historia. El Balrog fue desterrado a vivir en las profundidades de la tierra y son los enanos quienes acaban despertándolo por cavar demasiado hondo, en su afán por encontrar metales preciosos. Con las excavaciones de los enanos, el demonio ve interrumpido su letargo y termina conquistando las minas, expulsando a todos los que allí se encontraban.
Todavía no hemos respondido a la pregunta de este apartado, pero la historia de este Balrog resulta muy útil para entender cómo funciona la mente y sus mecanismos de defensa.
Por un lado, tenemos a un monstruo habitando el interior de una estructura gigantesca y profunda, como son las minas. A este monstruo le mantienen a raya una serie de defensas: no es fácil llegar hasta él y, mientras no se le moleste, todo bien. Pero si decidimos acercarnos y da la casualidad de que se despierta, el susto está garantizado.
Quizá no nos sintamos preparados para hacerle frente porque nos da mucho miedo (y porque nos quema). Y puede que ese miedo sea tan grande que aparezca una resistencia que nos proteja del monstruo. En este caso, una resistencia en forma de mago que le ponga un límite a la criatura mientras le dice “¡no puedes pasar!”
Los mecanismos de defensa son como esos magos, puertas y guardianes que nos protegen de lo peligroso, de algo que puede causarnos dolor. Están ahí para mantener un equilibrio psicológico y evitar que un miedo nos perturbe demasiado como para derrumbarnos.
¿Son sanos los mecanismos de defensa?
La mente se defiende de lo que le inquieta, y lo hará de la mejor manera que sabe: relegando esos miedos al inconsciente, negando la realidad, poniéndole excesiva razón donde debería haber emoción…
Como hemos mencionado al principio del artículo, protegerse del dolor es un impulso humano. A lo largo de nuestra vida pasamos por muchas experiencias que nos dejan una huella emocional más o menos profunda. Si tuviéramos que ser conscientes de toda esta información, dejaríamos de funcionar en nuestro día a día.
Los mecanismos de defensa son mecanismos naturales, necesarios para vivir y sobrevivir. Nos permiten hacerle frente a la realidad y poner distancia con nuestros miedos, si es lo que necesitamos para salir adelante. Esto quiere decir que los mecanismos de defensa pueden ser saludables si me permiten tener bienestar, salud, relaciones satisfactorias, expresar mis emociones, etc.
Ahora bien, puede ocurrir que las propias defensas sean las que me están provocando el sufrimiento. Si tengo un miedo muy intenso a que me pase algo malo y constantemente veo peligrar mi salud, voy a involucrarme en situaciones en las que no me ponga en peligro: saldré cada vez menos de casa, me relacionaré con menos gente, dejaré de hacer cosas por miedo a cortarme o a caerme. En este caso, pongo en marcha unos mecanismos de defensa que me funcionan (funcionan de maravilla) pero ¿a qué precio? Si dejo de hacer vida y decido desde el miedo, ¿me genera bienestar o sufrimiento?
Algunos ejemplos de mecanismos de defensa
Negación. La negación es un mecanismo que aparece cuando no se acepta la realidad. Es habitual ante pérdidas afectivas para las que la persona no está preparada para recibir el impacto. Así, puede haber negación ante una muerte (“no puede ser, pero si ayer le vi y estaba perfectamente”), o ante rupturas sentimentales (“nos hemos dado un tiempo, pero sé que si la llamo volveremos a estar juntos”).
Represión. La mente envía al inconsciente las recuerdos, imágenes, afectos o pensamientos que creemos prohibidos o inaceptables. Las experiencias traumáticas y especialmente dolorosas son ejemplos de contenidos que se guardan en el inconsciente. Esto nos aleja del dolor que nos provocaría estar en contacto consciente con las experiencias traumáticas. Imagina, por ejemplo, a una adolescente que ha pasado por el divorcio de sus padres y que guarda un intenso rencor hacia ellos. Es posible que la joven llegue a reprimir afectos indeseables para ella: el odio hacia sus padres o hacia alguno de los progenitores, deseos de venganza o agresión, etc. Cuando este mecanismo se vuelve excesivamente rígido, la persona vive angustiada y su día a día se llena de prohibiciones.
Proyección. Una frase de Herman Hesse define muy bien este mecanismo: “odio de los demás lo que no puedo ver en mí mismo”. Es más fácil colocar en otras personas las cosas que no aceptamos de nosotros mismos. Este mecanismo funciona muy bien en tanto que permite a la persona defenderse de la angustia de aceptar algo como propio, normalmente, un deseo, sentimiento o miedo al que no quiere hacer frente. Retomando el ejemplo anterior de la adolescente con padres divorciados, podemos imaginar que la joven, en lugar de liberar el odio que siente hacia sus padres, lo proyecta en otras personas (amistades o parejas), con quienes la relación acaba siendo conflictiva.
Sublimación. Imagina que viviéramos en una sociedad en la que le diéramos rienda suelta a la agresividad o los impulsos sexuales. Sería un caos, ¿no crees? La sublimación es un camino por el que estos impulsos encuentran una salida aceptable por la sociedad. Las prácticas artísticas son un buen ejemplo de ello: pintar, cantar, bailar, componer… son formas de canalizar las pasiones y de darles un lugar en la sociedad en la que vivimos.
Regresión. Consiste en enfrentarse a una situación recurriendo a formas de actuar, pensar y sentir características de una etapa anterior en el desarrollo psíquico. Mediante la regresión, la persona hace frente a una situación estresante o que le provoca inseguridad, protegiéndose de las frustraciones y de los miedos que está viviendo en el momento presente. Un ejemplo de ello puede ser alguien que va a casarse y que se comporte como un adolescente, saliendo constantemente de fiesta, consumiendo drogas y teniendo una conducta sexual compulsiva.
Introyección. Con este mecanismo de defensa, la persona se “traga” las creencias, sentimientos, actitudes y conductas de otras personas sin reflexionar sobre ellos. Es también una manera de internalizar los peligros externos para hacerlos más controlables. Por ejemplo, un niño que acepta como verdad todo lo que dicen sus padres, sin cuestionarlo. Introyectando los mensajes de sus padres es una forma que tiene el niño de llevarlos dentro de él, sin necesidad de que estén presentes.
En definitiva, vemos que la mente elabora sus propias formas de hacer frente a los miedos que, como el Balrog del que hablábamos, permanecen resguardados y dormidos hasta que alguien (o algo) los despierte.
Como todo en la conducta humana, no es tan fácil y no basta con poner un muro entre nosotros mismos y las cosas que nos hacen sufrir. Por la psicoterapia sabemos que distanciarse del daño no hace que el dolor desaparezca, más bien lo que hace es limitar la propia autonomía y capacidad para movernos, tomar decisiones y hacernos cargo de nuestro proyecto de vida. Es decir, que mientras no afrontemos los miedos, angustias, preocupaciones y dolores, será muy difícil llevar una vida plena y con sentido.
Afortunadamente contamos con la compañía de un terapeuta para enfrentarnos a los miedos que nos queman y que no queremos despertar. Con su ayuda y mediante un proceso de psicoterapia, construimos herramientas para que las preocupaciones no tomen las decisiones por nosotros.
Referencias bibliográficas:
- Talarn, A. (2009). Psicoanálisis al alcance de todos.
- Grau, F., & de Vega, S. (1998). Desarrollos sobre el concepto de identificación Proyectiva.
- Maganto Mateo, C., & Ávila Espada, A. (1999). El diagnóstico psicodinámico: aspectos conceptuales. Clinical and Health, 10(3), 287-330.
Psicóloga Judit Pérez
Licenciada en Psicología – Colegiada COPC 28249
Máster en Psicoterapia Humanista-Integrativa (Instituto Galene)
Máster en Psicología Sanitaria (UNIR)
Grado en Antropología Social y Cultural (UNED)