Definición
El concepto de somatización ha dado lugar a mucha controversia en la comunidad científica por no ser un concepto fácil de definir. De un modo genérico el término refiere a una queja física, que ocasiona malestar, en ausencia de hallazgos clínicos que permitan postular una causa orgánica que pueda explicarla completamente (López Santiago y Belloch, 2002).
Fue el psicoanalista vienés Wilhelm Steckel (1925) quien acuñó un término que en su traducción al inglés acabaría dando lugar al concepto de somatización. Steckel definió el término como: «el proceso en que un trastorno psicológico puede producir trastornos corporales» (citado en García Campayo, 1999). Así el término somatización acabo siendo un equivalente del concepto de conversión de Freud, es decir, el de un mecanismo que convierte la «energía psíquica» en síntomas «psicógenos» (en el caso de la somatización, físicos).
Una definición que con frecuencia se cita en la literatura reciente para definir el trastorno es la propuesta en Kleinman y Kleinman (1986), para quienes la somatización es «la expresión de malestar social y personal mediante un idioma de quejas somáticas que lleva a la búsqueda de ayuda médica» (López Santiago y Belloch, 2002).
Hay que diferenciar la somatización de las enfermedades psicosomáticas en las que hay una enfermedad física que está influenciada por factores psicológicos o emocionales como el asma bronquial o una úlcera péptica. Aquí se muestra una dolencia física aunque haya la posibilidad de que existan factores psicológicos que puedan vincularse con su aparición, mantenimiento o agravamiento. Sin embargo, en la somatización, no aparece un claro diagnóstico médico que pueda justificar esos síntomas.
Según el DSM V
Desde un punto de vista psicopatológico, la presencia de somatizaciones constituye el denominador común de un grupo de trastornos, incluidos en las actuales clasificaciones nosológicas de la CIE-10 y del DSM-V bajo la denominación de trastornos por síntomas somáticos. Estos trastornos somáticos pueden incluir síntomas tales como dolor, fatiga, erupciones cutáneas, dificultad para respirar, palpitaciones del corazón, mareo, entre otros.
Actualmente en el DSM V el trastorno por síntomas somáticos se diagnostica teniendo en cuenta los síntomas somáticos angustiantes y pensamientos, sentimientos y comportamientos anormales en respuesta a estos síntomas. Ya no es criterio principal la ausencia de una explicación médica para los síntomas somáticos. Esta incorporación de componentes afectivos, cognitivos y conductuales proporciona una comprensión más amplia y precisa del verdadero cuadro clínico que si sólo se evaluasen las quejas somáticas.
La fiabilidad de que un síntoma somático carece de explicación médica es limitada, por tanto, elaborar un diagnóstico en ausencia de tal explicación es problemático y refuerza el dualismo mente-cuerpo. Además, la presencia de un diagnóstico médico no excluye la posibilidad de un trastorno mental concomitante, incluyendo el trastorno de síntomas somáticos y trastornos relacionados. Tal vez a causa del enfoque predominante en la falta de explicación médica, las personas consideran estos diagnósticos peyorativos y degradantes, por entender que sus síntomas físicos no son “reales”, sin embargo, el sufrimiento del individuo es auténtico, se explique o no médicamente.
Es importante señalar que, inicialmente, otros trastornos mentales pueden manifestarse principalmente por síntomas somáticos (p. ej., el trastorno depresivo mayor, el trastorno de pánico). Tales diagnósticos pueden ser los responsables de los síntomas somáticos o pueden aparecer junto con uno de los trastornos de síntomas somáticos.
En el DSM V se indica que los individuos con trastorno de síntomas somáticos suelen presentar múltiples síntomas somáticos que causan malestar o pueden originar problemas significativos en la vida diaria, aunque algunas veces sólo aparece un síntoma grave, con mayor frecuencia el dolor. Los síntomas pueden ser específicos (como un dolor localizado) o relativamente inespecíficos (como fatiga).
Los individuos con trastorno de síntomas somáticos tienden a tener niveles muy altos de preo- cupación y ansiedad por la enfermedad. Evalúan indebidamente sus síntomas corporales y los consideran amenazadores, perjudiciales o molestos. Incluso cuando hay pruebas de lo contrario, algunos pacientes todavía temen que sus síntomas sean graves y piensan lo peor sobre su salud. Estas personas dedican un gran tiempo y energía estos síntomas o a la preocupación por la salud.
Concepción dualista mente-cuerpo
La somatización pone especialmente de manifiesto la concepción dualista mente-cuerpo, predominante en la medicina occidental. Según la cual resulta difícil entender como «normal» que existan síntomas somáticos sin un referente orgánico claro que los explique. Sin embargo, en estos trastornos es especialmente importante considerar la intervención de posibles causas psicológicas que derivan en síntomas físicos los cuales no tienen una causa orgánica.
Esta argumentación puede encontrar su apoyo en los trabajos que han puesto de manifiesto que aquellas intervenciones médicas o psicológicas que se han centrado en tranquilizar al paciente, facilitando atribuciones adecuadas sobre sus síntomas, al mismo tiempo que no han dudado en ningún momento de la veracidad y fenomenología de estos, han resultado de gran utilidad. (Bass y Benjamín, 1993; Creed y Guthrie, 1993; Kellner, 1986; Kroenke y Swindle, 2000; Lidbeck, 1997; MacLeod, Matthew y McClelland 1997; Sharpe, et al., 1992; Smith Rost y Khaner, 1995).
Perspectivas como la psicoanalítica, que tiene gran relevancia en el centro Canvis, aborda la somatización desde una comprensión profunda de la mente y su relación con el cuerpo. Según esta teoría, los trastornos somatoformes tienen una base psicológica, que se origina en el conflicto entre los impulsos inconscientes y las demandas de la realidad. Los impulsos inconscientes que se manifiestan en la somatización pueden ser de diferentes tipos, incluyendo la angustia, la ansiedad, la rabia, la frustración, entre otros. En la perspectiva psicoanalítica, la somatización es considerada una forma de defensa, es decir, un mecanismo para evitar el conflicto psicológico. El cuerpo se convierte en un espacio en el que se descarga la tensión psicológica, en lugar de enfrentarla directamente en el plano consciente.
Comorbilidad
La somatización también puede aparecer como síntoma de otros trastornos relacionados con la ansiedad o depresión. Si bien es cierto que los pacientes depresivos presentan un mayor índice de síntomas somáticos que pacientes no depresivos (Escobar, Waitzkin, Sil ver. Gara y Holman, 1998; Gureje, Ustum y Simón, 1997). Como indican López Santiago y Belloch (2002), hay que tener en cuenta que la mayoría de personas acuden como primera consulta de su malestar al médico de atención primaria, siendo este un marco que favorece que se centre la atención en los síntomas somáticos aunque el malestar pueda ser de otro tipo, por tanto en ocasiones la depresión puede verse enmascarada por los síntomas somáticos.
También presenta comorbilidad con otros trastornos como la hipocondría, tal y como se indica en el DSM-V, aproximadamente el 75 % de los individuos diagnosticados previamente de hipocondría se incluye bajo el diagnóstico de trastorno de síntomas somáticos.
Etiología
Las teorías etiológicas recurren a un modelo multifactorial de la somatización donde son considerados aspectos ambientales, culturales, biológicos, psicosociales y genéticos (López y Belloch, 2002; Mai, 2004). Si puede definirse a la emoción como una experiencia afectiva con una cualidad fenomenológica característica que compromete a los sistemas de respuesta cognitivo-subjetivo, conductual-expresivo y fisiológico- adaptativo (Chóliz, 2005 citado por Sánchez García 2013), parece factible que el estudio de los procesos psicológicos asociados a la respuesta emocional pueda facilitar la comprensión de la presentación de somatizaciones. Además, el estudio de la somatización como parte de la respuesta emocional, también facilitaría su comprensión desde una visión alejada de la dicotomía cuerpo-mente. La indefinición en el diagnóstico médico de las somatizaciones evidencia los límites de nuestro conocimiento de la integración entre fisiología, sensaciones corporales y experiencia subjetiva de estos síntomas; reflejo de la complejidad de los procesos del SNC que traducen las alteraciones fisiológicas en experiencia (Sánchez García, 2013).
Sánchez García (2013) realiza una revisión de varios estudios centrada en procesos cognitivo-emocionales asociados a la somatización en la que concluye que, en general, las personas con somatizaciones presentan una tendencia a valorar los estímulos negativos y neutros como más negativos y prestan mayor atención a los estímulos amenazantes, manifestando hipersensibilidad a estos. Además parece influir también tener una mala imagen corporal de uno mismo.
En esta revisión Sánchez García (2013) también cita los estudios realizados por (Lautenbacher, Huber, Schöfer et al., 2011) relacionados con los procesos atencionales, en concreto los procesos de evitación cognitiva que han mostrado los pacientes con cáncer antes de la cirugía han resultando ser un potente factor predictor de dolor agudo postoperatorio. De forma similar, un sesgo atencional a favor de palabras positivas antes de intervenciones quirúrgicas se asoció a mayor dolor postoperatorio. Así los autores consideran que este sesgo puede indicar un estilo de afrontamiento desadaptativo, que evita la confrontación necesaria con el dolor y predispone a los pacientes al dolor crónico postoperatorio.
También se ha estudiado cómo la supresión de la ira parece estar asociada con la depresión y los síntomas somáticos de los pacientes con trastornos de síntomas somáticos (Koh, Kim, Kim y Park, 2005).
Individuos con trastornos de ánimo o trastorno de ansiedad también presentan sesgos atencionales y dificultad para distraer la atención del síntoma o evitación cognitiva. Cabe preguntarse, por tanto, qué es característico de la somatización. Puede especularse que posiblemente no tanto la especificidad de los procesos implicados, sino que éstos están promovidos por molestias físicas, al menos en inicio. Las secuelas físicas de un acontecimiento traumático (por ejemplo, una hernia discal consecuencia de un accidente de tráfico), la preocupación por un síntoma somático indicador de activación frente al estrés (por ejemplo, sudoración) o la amenaza que representa el diagnóstico de un trastorno crónico asociado a síntomas limitadores (por ejemplo, dolor en fibromialgia), pueden convertir a un síntoma físico en el principal desencadenante de un estado emocional negativo. A partir de ese desencadenante aparece el desinterés por los estímulos positivos, una visión más negativa de los estímulos desagradables, el sesgo atencional, la evitación y la dificultad para la distracción del síntoma; procesos que son desarrollados ante el estímulo amenazante, que es el propio cuerpo (Sánchez García, 2013).
Tratamiento
En lo que respecta al tratamiento, en otra revisión citada por Sánchez García (2013), Rodríguez Vega, Fernández Liria y Bayón (2005) estudian el proceso de disociación, al que asocian con síntomas somáticos. Estos autores proponen terapias no tan centradas en el empleo de la palabra, basándose en la mayor implicación de las áreas prefrontales cerebrales que de las áreas frontales en estos procesos. Para facilitar la integración emocional y cognitiva al trauma promueven el empleo de técnicas como la exposición con prevención de respuesta, meditación, inundación, hipnosis, Eye Movement Desensitization Reprocessing (EMDR), inoculación o desensibilización.
Igualmente, la musicoterapia o la arteterapia podrían ser también alternativas de tratamiento, pero los resultados no parecen haber sido todo lo favorables que se esperaba (Bradt, Dileo, Grocke y Magill, 2011; Leckey, 2011).
Sánchez García (2013) también cita la propuesta de terapia de Allen y Woolfolk (2005) que denominan terapia cognitivo conductual afectiva, dirigida a la intervención en la emoción empleando la autoconciencia; siguiendo el modelo de Linehan. Los autores resaltan sistemática y explícitamente la exploración, diferenciación y expresión emocional. Esta terapia consta de relajación, manejo de conducta, identificación y regulación de emociones, reestructuración cognitiva y entrenamiento en habilidades interpersonales.
En todo caso, el análisis individualizado del papel que pueden estar jugando los síntomas (y la preocupación por los mismos) en aspectos tales como el estado de ánimo del paciente, su red social, o su rendimiento en diversas áreas del funcionamiento cotidiano, nos puede permitir establecer hipótesis adecuadas al caso de que se trate y, a partir de ahí, poder diseñar estrategias de intervención que se adapten al paciente. Al fin y al cabo eso es lo que para el psicólogo clínico significa “evaluar”, tarea mucho más compleja y desde luego, personalizada, que la mera etiquetación diagnóstica.
En el centro Canvis tenemos muy en cuenta el caso particular de cada individuo para poder dar una atención personalizada. Es por eso que siempre ofrecemos una primera sesión informativa gratuita para conocer mejor tu caso. Si tu o alguien de tu entorno tiene este tipo de síntomas en Canvis contamos con un equipo de psicólogos que pueden ayudarte a hacer que te sientas mejor.
Bibliografía
- López Santigago, J. y Belloch, A. (2002). La somatización como síntoma y como síndrome: una revisión del trastorno de somatización. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica 7(2), 73-93.
- Sánchez García, M. (2013). Procesos psicológicos en la somatización: la emoción como proceso. International Journal of Psychology and Psychological Therapy 13 (2), 255- 270.
American Psychiatric Association – APA. (2014). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-5 (5a. ed). Arlington , VA: American Psychiatric Publishing.
Psicóloga residente en el centro de psicología Canvis
Graduada en psicología (UNED)
Master en psicología general sanitaria (UNIR)
Master en musicoterapia (UB)
Formada en terapia gestalt