A lo largo de los años, se ha hablado mucho sobre la importancia del vínculo familiar durante el desarrollo de los niños y niñas, y de las estrategias de parentalidad utilizadas por los progenitores. Además, en las últimas generaciones se ha dado mucha más importancia al ejercicio de la parentalidad, remarcando sus posibles repercusiones en el futuro de los niños.
Autores de renombre como Vygostky o Bronfenbrenner aportaron importantes teorías sobre el desarrollo humano en las que la familia constituye uno de los pilares fundamentales para el correcto desarrollo del niño y para su posterior integración en el entorno social al que pertenezcan.
Concretamente, Bronfenbrenner (1987) hablaba del desarrollo como un proceso de constante acomodación entre el ser humano, que está en desarrollo, y las propiedades cambiantes de los entornos en los que participa. Asimismo, hablaba de la familia como el microsistema más próximo al niño, remarcando la importancia de la familia como una unión que establezca un apego seguro que actúe en beneficio del desarrollo socioemocional del niño.
Siguiendo con este mismo planteamiento, autores como Bowlby (1969) y Ainsworth (1969), ya en su momento defendieron la importancia de establecer un apego seguro durante los primeros años de vida del niño, para poder establecer un pilar básico sobre el que asentar el desarrollo socio-emocional del niño.
Hablamos del apego seguro como una base sobre la que construir un correcto desarrollo, ya que será ese modelo de apego lo que le permita al niño explorar con seguridad el entorno que le rodea. En otras palabras, establecer un apego seguro le permitirá al niño desarrollar un conocimiento adecuado sobre sí mismo y sobre los demás, además de favorecerle en la adquisición de nuevas estrategias de control emocional y de competencia social.
Para hablar de apego, hablamos también de vínculo. Más concretamente, del vínculo que se establece entre el niño y el/los cuidadores más cercanos. En este sentido, Pichon-Revière (1980) afirmaba que los vínculos sirven para estructurar la realidad del individuo, entendiéndolos como el marco de referencia que establece límites y prohibiciones. Así pues, es en el vínculo donde el sujeto encuentra el soporte para desarrollarse emocionalmente y crecer.
Años más tarde, otros autores recuerdan la importancia del contexto durante todo el desarrollo, considerando la necesidad de tener en cuenta la mutua implicación entre el niño y el mundo social. A partir de estos pensamientos, entendemos que el niño aprende e incorpora conocimiento a través del contacto social, ya que establece una relación entre lo que sabe y lo que va a aprender. Además, es gracias a este contacto con el mundo social, que el niño incorpora diferentes puntos de vista, prueba nuevas soluciones, y, por lo tanto, promueve su desarrollo cognitivo.
Recopilando algunos de estos planteamientos sobre el desarrollo socioemocional del niño, vemos como los principios confluyen en el punto en el que reconocen que la relación del niño con el adulto resulta primordial para el desarrollo de nuevos conocimientos y para la interiorización de las normas sociales que, a su vez, le facilitarán el inicio en las relaciones con sus iguales.
La competencia parental
Es justamente en esta relación entre el niño y los adultos que ejercen de cuidadores principales, donde se pone de manifiesto la competencia parental, como aquello que engloba las distintas acciones de los progenitores para con sus hijos, en términos de cuidar, proteger y educar, así como procurarles un desarrollo sano (Barudy y Dantagnan, 2005). Dicho de otro modo, la competencia parental hace referencia al tipo de relación que los padres establecen con sus hijos y si ésta es favorable al correcto desarrollo cognitivo, social y emocional de éstos.
En relación con esto y siguiendo con las aportaciones de Palacios y Rodrigo (1998), debemos entender a la familia como un contexto de desarrollo y socialización que debe asegurar funciones tan diversas como la supervivencia del niño y su sano crecimiento y desarrollo, cognitivo y emocional, además de aportarle un clima de afecto y apoyo en el cual el niño se sienta respaldado. Así como facilitarle una estimulación adecuada que le permita una estructura sobre la que desarrollar y organizar sus rutinas. También debe proporcionarle una apertura hacia otros contextos educativos que vayan a compartir la tarea de educar como, por ejemplo, la escuela.
Es importante mencionar también, que las habilidades parentales no son iguales entre los cuidadores del niño, sino que dependerán de su propio modo de interaccionar con los hijos, y que mucho tendrá que ver con la propia historia de relación que tuvieron entre ellos y sus progenitores, intentando asemejarse a los modelos aprendidos o, por el contrario, evitando repetir esos modelos con sus propios hijos.
Estilos de parentalidad
Los modelos de parentalidad más conocidos hasta ahora son 4: democrático, autoritario, permisivo y negligente. Todos ellos han sido descritos en base al afecto y la comunicación entre padres e hijos, y en base al control y al establecimiento de normas o límites que estructuren el comportamiento de los hijos.
Más concretamente:
Democrático: es el estilo de control parental más recomendado, ya que tiene en cuenta las preferencias del niño y se le reconoce con individualidad para tomar decisiones conjuntas y razonar. Para conceptualizar con mayor detalle este estilo parental, los padres deberían:
- Poder expresar de manera constante y normalizada el afecto hacia sus hijos
- Promover una comunicación abierta y fluida entre todos los miembros del núcleo familiar
- Establecer normas consensuadas y explicadas
- Respetar la individualidad de los hijos, entendiendo que tienen necesidades y deseos que tienen derecho a ser escuchados y tenidos en cuenta
- Utilizar estrategias de disciplina positiva encaminadas al refuerzo del comportamiento deseado, en lugar de utilizar estrategias de castigo que promuevan la eliminación de la conducta no deseada.
Autoritario: en el que se ejerce un control restrictivo y severo mediante castigos o prohibiciones. En este caso, los padres que utilizan este estilo de parentalidad, suelen mostrar poco afecto a sus hijos, además de exigir el cumplimiento de las normas establecidas por ellos mismos, sin tener en cuenta la opinión o las necesidades de sus hijos. Asumen un rol dominante dentro del funcionamiento familiar, cosa que les “permite” establecer castigos cuando la conducta de sus hijos no es la deseada/exigida. Podríamos decir que, durante muchos años, este estilo fue uno de los más utilizados en contraposición a lo que encontramos hoy en día.
Permisivo: en el que se evita el control y no se le demanda demasiado al niño, pero sí se le expresa afecto. Un ejemplo de ello sería cuando los padres intentar ser amigos de sus hijos más que padres. Prefieren ser los confidentes y así tener a los hijos siempre cerca, en lugar de posicionarse ayudándolos a saber cuándo podrían estarse equivocando por miedo a que estos se alejen por no escuchar lo que quieren. Suelen ser padres que además no ponen normas ni límites a sus hijos, pensando que eso les permitirá ser más libres, sin saber que precisamente eso no les facilitará a los hijos tener una guía sobre la cual relacionarse ordenadamente con el mundo que les rodea.
Negligente: en el que ni el afecto ni la autoridad aparecen. En este caso, hablamos de padres que se muestran indiferentes y/o distantes con sus hijos. Podríamos hablar de padres más centrados en el trabajo y en su vida fuera de la familia, que evitan pasar tiempo con los hijos y que, de algún modo, acaban supliendo su ausencia con regalos o cosas materiales. Hablaríamos pues de padres con dificultades para implicarse en el desarrollo de sus hijos.
Parentalidad positiva
Mucho se habla hoy en día de la parentalidad positiva, pero ¿Qué es?
De acuerdo con la definición acuñada en la Recomendación Rec (2006) 19 del Comité de Ministros del Consejo de Europa, el “ejercicio de la parentalidad positiva” se refiere al comportamiento y los valores parentales en los que el objetivo primordial se basa en el interés superior del niño, fijando además límites que permitan orientar su conducta sin recurrir a métodos violentos como el castigo físico.
Cuando hablamos de parentalidad positiva, también hablamos de:
- Vínculos afectivos cálidos que promuevan el autoconcepto y la autoestima
- Entornos familiares estructurados que representen un modelo, guía y supervisión en el que orientarse durante el desarrollo
- Estimulación y apoyo que fomente la motivación de los niños por aprender y por introducirse en el mundo social que les rodea
- Capacitación, enseñándoles que ellos también pueden formar parte activa de la sociedad
- Educación sin violencia, considerando la violencia física y psicológica
Cómo actuar ante las dificultades ocurridas en el ejercicio de la parentalidad
En este sentido, los profesionales de la educación; profesores, educadores, pedagogos y psicólogos pueden ser una guía para ayudar en los momentos de dificultad. Buscar ayuda profesional en estos casos, resulta primordial para el desarrollo de los niños. Por otro lado, es importante entender que las dificultades pueden ocurrir y que no por ello somos mejores o peores padres. A veces puede ser por nuestra propia historia de vida, la cual no ha sido fácil durante la infancia. Otras, pueden ser por dificultades de entendimiento con el otro progenitor, ya que como se ha comentado, cada uno puede basar su comportamiento como padre/madre en sus propias historias de vida, resultando en ocasiones incompatibles entre sí.
En estos casos, la intervención del profesional se basará en realizar una intervención centrada en la familia, tratando de dotar a los familiares con las estrategias necesarias para que éstos puedan actuar como profesionales en los contextos naturales del niño. Por lo tanto, es importante que las familias participen activamente en todos los procedimientos que se llevan a cabo durante la intervención, para que sean coprotagonistas en el desarrollo de nuevas estrategias que promuevan el desarrollo de sus hijos.
Así pues, las familias deben mantenerse como agentes activos durante la intervención, manteniendo un continuo entre las intervenciones y las actividades que realicen en los otros contextos en los que el niño participa. Se trata de entender la figura de la familia como “expertos” de sus hijos, de modo que son también responsables de informar al profesional de los cambios que se vayan produciendo.
Por este motivo, las familias deberán aportar una actitud reflexiva y abierta que les permita consensuar libremente con el profesional las pautas de intervención a realizar y los objetivos a tratar.
Para concluir, si tras lo comentado crees que cierta orientación durante la crianza te/os podría ser de ayuda en este momento, puedes contactar con nosotros, estaremos encantados de ayudarte.
Psicóloga Lidia Blanch Àguila
Psicóloga colegiada número 27555
Grado en Psicología (UniversitatAutònoma de Barcelona)
Posgrado en Psicoanálisis aplicado a la actuación clínica (Universitat de Barcelona)
Máster Interuniversitario en Psicología de la Educación MIPE (UB, UAB, URL, UdG)