El trauma psicológico es una experiencia devastadora que puede afectar profundamente la vida de una persona. Desde eventos como accidentes graves hasta abuso o violencia, el trauma no solo impacta el bienestar mental de un individuo, sino también su capacidad para interactuar con su entorno.
A nivel emocional, las personas traumatizadas pueden experimentar ansiedad, depresión, o sentimientos de impotencia y desesperanza. Estos pueden derivar en problemas de autoestima y dificultades para regular las emociones, provocando que incluso situaciones cotidianas desencadenen recuerdos dolorosos o reacciones intensas.
En el ámbito social, el trauma puede alterar la forma de relacionarse con los demás. Las personas traumatizadas a menudo tienen dificultades para confiar, temen el rechazo y, en consecuencia, pueden retraerse socialmente o experimentar conflictos interpersonales. Esto puede agravar el aislamiento y la sensación de incomprensión.
Físicamente, el trauma puede afectar el sistema nervioso y desencadenar síntomas psicosomáticos como dolores crónicos, problemas digestivos, o trastornos del sueño. Además, el estrés persistente asociado al trauma se relaciona con una mayor incidencia de enfermedades cardíacas y otros problemas de salud a largo plazo (Van der Kolk, 2020).
Este artículo tiene como objetivo explorar cómo las personas sobreviven y se adaptan a la vida después de un evento traumático, centrándose en los efectos psicológicos, el proceso de recuperación y las estrategias de afrontamiento utilizadas para sobrellevar la experiencia.
Efectos psicológicos del Trauma
La experiencia de un trauma puede afectar significativamente el bienestar emocional, cognitivo y conductual de la persona. Cada una de estas áreas se ve alterada en respuesta al intento del cerebro y el cuerpo de adaptarse a una experiencia potencialmente abrumadora.
A nivel emocional, el trauma genera emociones intensas y difíciles de manejar, como ansiedad, miedo, ira, tristeza, y culpa. Estas surgen como respuesta a la vivencia de un evento que supera las capacidades de afrontamiento de la persona. La intensidad emocional puede generar recuerdos intrusivos, una hipervigilancia constante, o la evitación de situaciones, lugares o personas que le recuerden el trauma. Este desequilibrio emocional puede dar lugar a trastornos como la depresión o el trastorno de estrés postraumático (TEPT), cuando las emociones negativas relacionadas con el trauma se vuelven persistentes y afectan la capacidad de experimentar placer o seguridad en la vida cotidiana (Drago et al., 2021).
En el ámbito cognitivo, el trauma altera la forma en que la persona percibe e interpreta el mundo. Los pensamientos negativos recurrentes, como creencias de vulnerabilidad extrema o desconfianza hacia los demás, son comunes en personas traumatizadas. Además, pueden aparecer pensamientos intrusivos sobre el evento traumático, o recuerdos que interfieren con la concentración y la memoria. Esta distorsión cognitiva afecta la autopercepción y las relaciones interpersonales, llevando a creencias limitantes como “no soy suficiente” o “el mundo es peligroso”.
A nivel conductual, las personas traumatizadas pueden presentar comportamientos evitativos, como evitar situaciones, lugares o actividades que les recuerden el trauma. Esto puede llevar al aislamiento social y a la limitación de actividades placenteras, generando un círculo vicioso de inactividad y retraimiento. También pueden desarrollar conductas impulsivas o autodestructivas, como el consumo de sustancias, conductas de riesgo o agresividad, en un intento de escapar o aliviar el dolor emocional. Estas conductas, aunque puedan brindar un alivio temporal, suelen empeorar el bienestar general y contribuir a la aparición de problemas de salud mental y física a largo plazo (Hacking, 1995).
El trauma, entonces, impacta de forma integral, afectando cómo la persona siente, piensa y actúa. Comprender estos efectos permite abordar el trauma desde un enfoque terapéutico que abarque todos los aspectos del individuo y promueva una recuperación efectiva y profunda.
Etapas de la Recuperación Postraumática
Según Echeburúa y Corral (2007), el proceso de recuperación del trauma se puede dividir en varias fases, y aunque cada persona puede vivir este proceso de forma única, existen etapas comunes. Inicialmente, las personas suelen experimentar una fase de shock o incredulidad, en la que les resulta difícil aceptar lo sucedido. Durante esta etapa, la mente y el cuerpo pueden responder con confusión, entumecimiento emocional, o incluso con conductas automáticas que buscan proteger al individuo de la magnitud de la experiencia traumática.
Posteriormente, muchas personas entran en una fase de evitación, donde intentan suprimir los recuerdos dolorosos o evitan situaciones, lugares y personas que les recuerdan el evento traumático. En esta fase, es común que los sobrevivientes recurran a mecanismos de defensa, como la negación o el aislamiento, para evitar confrontarse con el dolor emocional. Sin embargo, estas estrategias de evitación, aunque pueden ser útiles a corto plazo, tienden a prolongar el malestar a largo plazo y pueden interferir con la vida cotidiana y las relaciones interpersonales.
Para avanzar en la recuperación, es esencial que los sobrevivientes enfrenten y procesen sus emociones, una fase que suele llamarse etapa de procesamiento o confrontación emocional. Este proceso implica recordar, expresar y comprender las emociones asociadas al trauma. Aunque es una etapa dolorosa, es fundamental para la integración del trauma en la vida del individuo. Aquí, muchas personas se benefician del apoyo de un profesional de la salud mental, quien puede ayudarles a explorar y reorganizar sus pensamientos y emociones, promoviendo una narrativa más coherente de lo sucedido.
Finalmente, en la fase de integración y resolución, el individuo empieza a encontrar un nuevo sentido o propósito que le permite recuperar el control de su vida y reducir el impacto del trauma. En esta etapa, las personas no eliminan el recuerdo traumático, pero aprenden a vivir con él sin que interfiera en su bienestar. Con el tiempo, pueden surgir sentimientos de crecimiento postraumático, donde los sobrevivientes encuentran nuevos significados, resiliencia y una mayor comprensión de sí mismos. La recuperación es un proceso gradual y multidimensional que requiere paciencia y apoyo.
Estrategias de Afrontamiento
Existen diversas estrategias de afrontamiento que han demostrado ser eficaces en la superación de los efectos del trauma, ayudando a las personas a procesar el dolor y recuperar el equilibrio emocional y psicológico. Entre las intervenciones terapéuticas, destaca la terapia cognitivo-conductual (TCC), que se enfoca en identificar y modificar los pensamientos y creencias disfuncionales asociados al trauma. A través de la TCC, los individuos aprenden a reconocer patrones de pensamiento negativos —como la auto-culpabilización o la percepción distorsionada de peligro constante— y a reemplazarlos con pensamientos más realistas y positivos. Esta técnica contribuye a reducir la ansiedad y a mejorar la autoestima y la percepción de seguridad (APA, 2020).
Otra estrategia eficaz es la terapia de exposición prolongada, una técnica basada en la desensibilización gradual, en la cual los pacientes enfrentan progresivamente los recuerdos dolorosos asociados al trauma en un entorno controlado y seguro. Este proceso de exposición permite reducir la intensidad de las emociones y reacciones automáticas vinculadas al evento traumático, lo cual disminuye la tendencia a la evitación. Aunque es un proceso desafiante y, en ocasiones, emocionalmente intenso, la terapia de exposición prolongada ha demostrado ser altamente efectiva para aliviar síntomas como los recuerdos intrusivos y la hipervigilancia (APA, 2020).
El apoyo social como las conexiones con familiares y amigos, también juega un papel crucial en la recuperación, ya que brindan un sentido de pertenencia, comprensión y seguridad, que es fundamental para reconstruir la confianza y aliviar el aislamiento. El apoyo social proporciona un espacio de contención emocional y también ayuda a la persona a sentirse valorada y comprendida, elementos clave en la restauración de la autoconfianza y la resiliencia (APA, 2020).
Además, las prácticas de autocuidado han mostrado beneficios significativos en la recuperación del trauma. Actividades como la meditación, la respiración profunda y el ejercicio regular contribuyen a restablecer el equilibrio emocional y físico, al reducir los niveles de cortisol y otros marcadores de estrés. La meditación y la atención plena (mindfulness) ayudan a la persona a conectarse con el presente, disminuyendo la rumiación sobre el pasado traumático y promoviendo una mayor regulación emocional. El ejercicio físico, por otro lado, favorece la liberación de endorfinas, que mejoran el estado de ánimo y reducen la ansiedad (Van der Kolk, 2020).
En conjunto, estas estrategias permiten que las personas no solo afronten los efectos del trauma, sino que también desarrollen recursos internos y externos para sobrellevar futuros desafíos, logrando así una recuperación integral y sostenible.
Factores que Afectan la Recuperación
La recuperación de un trauma es un proceso altamente individualizado y puede variar significativamente de una persona a otra. Factores personales, como la edad y la personalidad, influyen de manera importante en cómo se afronta el trauma. Por ejemplo, los niños y adolescentes pueden tener más dificultades para comprender y procesar una experiencia traumática debido a su desarrollo emocional, lo cual podría prolongar el tiempo de recuperación. En cuanto a la personalidad, personas con mayor resiliencia emocional o habilidades de afrontamiento sólidas suelen recuperarse con mayor rapidez y menos complicaciones (Van der Kolk, 2020).
Otro factor relevante es el historial personal. Aquellos con antecedentes de trauma previo o con trastornos de salud mental, como la depresión o la ansiedad, a menudo enfrentan una recuperación más compleja. Estos antecedentes pueden intensificar los efectos del trauma actual y dificultar el manejo de las emociones relacionadas, creando un desafío adicional para el proceso de sanación.
El acceso a una red de apoyo sólida, como familiares y amigos, también juega un papel crucial. Las personas que cuentan con un sistema de apoyo emocional tienden a experimentar una recuperación más efectiva, ya que el sentido de pertenencia y el apoyo social mitigan el aislamiento y brindan consuelo en momentos difíciles.
Finalmente, el acceso a servicios de salud mental de calidad es otro factor determinante en la recuperación. La terapia psicológica y el tratamiento profesional permiten a los sobrevivientes de trauma abordar y procesar sus experiencias de manera segura y estructurada, lo cual es esencial para la sanación. En conjunto, estos factores crean un contexto que facilita o dificulta la recuperación del trauma (Echeburúa y Corral, 2007).
Conclusión
Vivir después de un trauma es un viaje único para cada persona, marcado por desafíos, pero también por la posibilidad de crecimiento y transformación. Aunque los efectos emocionales y cognitivos del trauma pueden ser profundos, con el tiempo, muchas personas logran encontrar formas de sanar y reconstruir sus vidas. La clave de esta recuperación radica en el uso de estrategias de afrontamiento efectivas, como la terapia cognitivo-conductual, la meditación o el ejercicio, que ayudan a las personas a procesar el trauma y a gestionar sus emociones. Además, contar con una red de apoyo social sólida, ya sea de amigos, familiares o grupos de apoyo, proporciona un sentido de pertenencia y comprensión crucial para el proceso de sanación.
Es fundamental reconocer que la recuperación no significa olvidar lo sucedido, sino integrar la experiencia traumática de manera que no siga dominando la vida de la persona. En algunos casos, el tratamiento terapéutico especializado puede ser esencial para abordar las heridas emocionales profundas y facilitar el proceso de adaptación.
En última instancia, vivir después de un trauma implica aceptar que la vida puede cambiar, pero también que es posible encontrar nuevos caminos hacia el bienestar y la resiliencia. Con el tiempo, muchas personas no solo sobreviven al trauma, sino que emergen más fuertes y más conscientes de su capacidad para afrontar futuros desafíos.
Si tú o alguien de tu entorno necesita mayor información al respecto puedes solicitar una primera sesión informativa en el Centro de Psicología CANVIS de Barcelona. Disponemos de un equipo de psicólogos que pueden ayudarte.
Referencias Bibliográficas
American Psychological Association. (2020). Trauma. https://www.apa.org/topics/trauma
Drago, H. D. C., Olaya, A. D. B., & Andrade, M. A. C. (2021). El trauma psicológico y las heridas afectivas: Una revisión sobre sus definiciones y abordajes para la clínica psicológica. Revista de Psicología, 11(2), 121-143.
Echeburúa, E., & Corral, P. D. (2007). Intervención en crisis en víctimas de sucesos traumáticos: Cuándo, cómo y para qué. Psicología conductual, 15(3), 373-387.
Hacking, I. (1995). Trauma. Rewriting the Soul Multiple: Personality and the Sciences of Memory, 183-97.
Van der Kolk, B. (2020). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Eleftheria.

Licenciatura en Psicología – Universidad Pontificia Católica de Sao Paulo
Especialización en psicología corporal – Universidad Pontificia Católica de Sao Paulo
Especialización en trastornos de la alimentación infantil – Universidad Federal de Sao Paulo
Postgrado en psicología integradora – Universidad Nebrija
Máster en psicología general sanitaria – Universidad Isabel I (en curso)